Una cuestión inquietante

¿Cómo sería vivir en un mundo en el que no hay espejos?

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«¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo?». Esta era la pregunta que Agnes se hacía mientras manejaba su coche. Poco importa la carretera por donde manejaba y el lugar de destino, aunque en la novela de Milan Kundera sí están especificados y hasta se nos ofrecen las distintas respuestas que a sí misma se va dando mientras conduce. La novela es La inmortalidad.

La pregunta no dejaba de sonar en mi cabeza: «¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo?». Era una cuestión que de pronto se había convertido en un estribillo que se repetía, cuando menos, cada media hora. Me preguntaba si era yo candidato para apropiarme de esa interrogante que Kundera había puesto en labios de Agnes.

Me preguntaba si yo estaba viviendo en un mundo con el que no estaba de acuerdo. 

De antemano, sabía que cualquier respuesta que yo diera acabaría siendo insuficiente. Cualquier respuesta no alcanzaba a contestar la pregunta de Agnes. La cuestión estaba mucho más allá de producir varias respuestas posibles. La interrogante apuntaba hacia una dirección ontológica y fenomenológica y, por esto mismo, mucho muy alejada de cualquier respuesta con argumento absolutorio. 

Para  mí, lo que se apuntaba con dicha cuestión tenía que ver más con lo fenomenológico que con lo ontológico. Lo que en el fondo de la cuestión subyacía era: cómo vivir en un mundo en el que uno se siente o imagina estar viviendo. 

Sea desde una u otra perspectiva, dicha cuestión se orienta por una relación nuclear-ontológica, así como por una periférica-fenomenológica; la que a mí más me perturbó fue la periférica-fenomenológica, que está efectivamente en el predicado de la interrogación. Vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo, sabiendo y reconociendo que es este mismo mundo en el que uno se siente y se imagina vivir, sería tanto como asumir –tal vez- las consecuencias de un destino indeseable.  

Para distraerme de esa sensación que continuaba afectándome desde hacía varios días, me dispuse a releer uno de esos extraños relatos que escribió Clarice Lispector. El relato es: “Perfil de seres elegidos”, que se encuentra en Fondo de cajón. En él, hay imágenes conceptuales desquiciantes. De alguna manera, lo que buscaba era el desquiciamiento para salir de la angustiante atmósfera en que me había colocado la interrogación de Agnes.

Leo y releo esto que escribió Clarice Lispector: «Quería las verdades difíciles de soportar. Por ignorar las verdades menores, el ser parecía rodeado de misterio; por ser ignorante, era un ser misterioso». En este breve texto, el sujeto es uno de esos seres elegidos en quien estuvo pensando Clarice; un ser para quien las verdades difíciles, por sobre las verdades menores, eran preferibles de soportar. Este ser elegido, precisamente por ignorar las verdades menores, adquiría la apariencia de un ser «rodeado de misterio». Nada más que por ignorar estas verdades menores, su apariencia daba paso a la certeza de que, en verdad, era un «ser misterioso». 

Sin duda, una verdad difícil es la que asoma en la pregunta que se hizo Agnes. Ante una verdad así, el ser elegido de Clarice cómo la habría soportado. De él sólo sabemos que es un ser misterioso, que es un ser ignorante, que es un ser que ha ignorado las verdades menores; sin saber, o mejor, sin tener la completa certeza -nosotros- de qué podrían ser «las verdades menores».

Una de las respuestas que da el personaje de Kundera tiene que ver con las relaciones amorosas. Pero para Agnes, las relaciones amorosas son nada más que una estratagema para soportar vivir en un mundo con el que no se está de acuerdo. Es así que explica lo siguiente: «La vida es para ustedes un valor condicionado, que se justifica únicamente porque les permite vivir su amor. Aquel a quien aman es para ustedes más que la Creación divina, más que la vida».

Las relaciones amorosas podrían ayudar a vivir en un mundo con el que no estamos de acuerdo. Sin embargo, difícilmente habrá de desaparecer esta clase de desacuerdo sólo por mantener unas relaciones amorosas; ¿acaso la persona amada, incluso la persona amante, podría soportar por mucho tiempo el papel de representar la existencia de una verdad tan enorme, tan difícil, como del tamaño del mundo?

Y la pregunta continuaría sonando. 

«¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo?» El narrador, a diferencia de Agnes, responde: «Lo que de la vida es insoportable, no es ser, sino ser su yo«. Y ante esta respuesta, me surge esta otra cuestión: ¿Cómo sería vivir en un mundo sin espejos?

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