En este 2010, La dolce vita cumple 50 años, pero no los demuestra para nada. Pues a pesar del blanco y negro, y de no tener los efectos especiales, esta película de Federico Fellini sigue inspirando a nuevas generaciones de cineastas, y fascinando y emocionando —aun si no escandalizando… a espectadores de todo el mundo, aún a quienes ya la vieron reiteradas veces.
Será porque dicen que el arte no tiene edad ni fronteras, será por la magistral fotografía o la soberbia dirección del italiano nacido en Rimini el 20 de enero de 1920, o será sencillamente por la flagrante actualidad de las temáticas que aborda con afilada crítica y aguda lucidez: el amor y la traición, las aspiraciones y la cruda realidad, la religiosidad espontánea y el fanatismo, la felicidad y la muerte; pues diferentes facetas de la realidad se entrecruzan en los siete episodios de esta cinta rodada en 1959, que representa el pasaje del cineasta galardonado dos veces con el Oscar, de la fase neorrealista al cine de arte.
Sí, porque La dolce vita no es sólo una historia de paparazzi y estrellas; y lejos de constituir únicamente un retrato despiadado de la Roma de las fiestas y las excentricidades ligadas al mundo del espectáculo en aquellos años, pone en escena dramas que tocan profundo la existencia humana.
Debajo del ataque directo a las extravagancias de los aristocráticos romanos y la superficialidad moral del ambiente de las “estrellas”, Fellini nos propone, de hecho, historias de lacerante sufrimiento y dilemas que, aun si exacerbados y encarnados en personajes poco comunes, tienen su raíz en los recónditos recovecos del alma: el amor desenfrenado y los celos de una mujer que se siente abandonada y traicionada por su hombre, por ejemplo, como es el caso de Emma, novia del protagonista.
O este mismo, Marcello, que a pesar de su cinismo y desencanto, se debate entre la labor de periodista que ejerce de mala gana y las veleidades de ser escritor, de la misma forma en que está dividido entre una sofocante relación de pareja y un libertinaje desaforado que lo conduce en una búsqueda continua de paroxísticas diversiones y mujeres fascinadoras.
Pero también nos describe, amplificado por la visión despiadada y apática de periodistas y fotógrafos, la conmoción y la locura desatadas por un falso milagro -”episodio inspirado en un hecho real-, y la tragedia de un hombre culto y acomodado, Steiner, que un día, sin haber aparentado anteriormente señales de desequilibrio mental, decide matar a sus dos hijos y luego se suicida. Escena que, inclusive en aquel entonces, fue criticada por su exageración y su escaso apego a la realidad, pero que ahora, en cambio, se parece tristemente a muchos hechos de crónica roja que aparecen recurrentemente en los periódicos de todo el mundo.
Este filme, pues, nos habla de una forma sencilla, fragmentada y picaresca, del mundo de las ilusiones, en el que, por lo menos una vez, todos nos hemos sumido. Un llamado, como lo dijo el mismo director, “a no dejarse engañar por mitos, superstición, ignorancia, baja cultura y sentimientos…
Esto, probablemente, representa uno de los motivos del gran éxito del filme, aún si no es suficiente de por sí para justificar una popularidad que se ha extendido y conservado a lo largo del planeta durante todos estos años.
La dolce vita es seguramente una de las películas más vistas de la historia, y sin duda su éxito inicial se debió a las fuertes críticas que suscitó en los círculos católicos, intelectuales y políticos. De hecho, después de la prima en el Capitol de Milán (15 de febrero de 1960), en que Fellini fue acusado de ateo y bolchevique, e inclusive escupido, en el Parlamento se discutió la posibilidad de censurar la cinta y el prefecto de Milán amenazó con secuestrarla por motivos de “orden público”. Esto provocó que al día siguiente, frente al Capitol se amontonara una multitud de personas que para entrar en la sala de proyecciones casi tumbaron las puertas, por miedo a que retiraran el filme.
Si esta “fascinación de lo prohibido” -como la definió la prima del director neorrealista Luchino Visconti, luego de asistir a la premiere…”, abrió a la película el camino hacia una inconmensurable fama mundial, según el premio Pulitzer Roger Ebert, fue su simbolismo el que contribuyó a afirmarla, ya que volvió la cinta más “tangible”, es decir más comprensible a los espectadores. En esto estriba el duradero éxito del filme para el famoso crítico de cine estadounidense, quien en una entrevista en su periódico on-line, afirmó que a la pregunta “¿Cuál sería tu película favorita?”, contestaría La dolce vita, porque “es una cinta que nunca envejece”.