Una revuelta que aún produce literatura

Después de años de culpable silencio, hubo un florecimiento de la producción tanto literaria como académica sobre la Guerra Cristera. En este texto se recomiendan algunas lecturas, entre las que destaca, por su objetividad, "Cuando se acabaron las misas" de Manuel Carlos Garibay Ibarra

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Portada del libro "Cuando se acabaron las misas"

Julio fue el mes de inicio (en 1926) y también de “los arreglos” o “final” ¿? (en 1929) de la denominada “Guerra Cristera”, en la que el clero católico midió su poderío frente al poder institucional del Estado mexicano, en una revuelta que dejó miles de muertos y cientos de miles de desplazados.

La llamada “Cristiada” constituyó uno de los sucesos históricos tenidos como tabú durante años. El tema ahora es motivo de análisis de más historiadores, sociólogos o antropólogos sociales. Y de ir por el ámbito de la escritura con una bibliografía estancada, hoy existen más libros, series de televisión, ensayos, novelas… que tienen de trasfondo tal acontecimiento.

Con el material disponible, el interesado en el tema puede encontrar versiones de ambas partes y estudios con mayor objetividad.

En julio de 1926, el Episcopado Mexicano (ahora Conferencia del Episcopado Mexicano), determina la suspensión del culto en protesta contra la “Ley que reforma el Código Penal para el Distrito y territorios federales, sobre delitos del fuero común”, conocida como Ley Calles, que puso el énfasis en las transgresiones a los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Ello generó que un segmento de la feligresía católica tomara las armas al grito de “Viva Cristo rey, viva la virgen de Guadalupe”.

Este choque de intereses ideológicos, políticos y económicos disfrazados de defensa de valores y de los derechos humanos versus intolerancia y persecución, no podemos considerarlo epopéyico (una “cristiada”), sino más bien un grave error trágico y luctuoso.

Me detengo en este drama porque aún suscita literatura (monografías, ensayos y novelas), como las más o menos recientes que vinieron a sumarse a la bibliografía clásica sobre el tema. En los Altos de Jalisco (y el estado), algunas son: Sangre y corazón de un pueblo, de Fidel González Fernández y arquidiócesis de Guadalajara (Impre-jal, 2008); Cristeros. La guerra santa de los Altos, de César Hernández Ramírez (2012); Cuando se acabaron las misas, de Manuel Carlos Garibay Ibarra (Acento, 2013); De tierra y sangre cristera. Microhistoria de la guerra cristera y los cristeros en Arandas, Jal. (1927-1929), de Juan Antonio López Camarena (2020).

Como sugieren títulos y contenidos, prosiguen los apasionamientos: de entrada aseguran que se trató de un asunto de “buenos” y “malos” en disputa, de perseguidos y perseguidores, de víctimas y victimarios…

De los textos mencionados, uno busca ser objetivo: Cuando se acabaron las misas, novela histórica de Manuel Carlos Garibay Ibarra (391 páginas), en cuya contraportada el editor sostiene que el autor analizó el conflicto de forma imparcial, sujetándose a describir los hechos e interpretándolos con honestidad. Afirma que la obra “No contiene halagos gratuitos, no condena por sistema ni pretende inventar héroes o mártires. Es un texto despojado de prejuicios, que analiza el comportamiento brutal de dos facciones en pugna, a las que, por defender sus intereses, no les importó incendiar el país ni sacrificar a cientos de miles de seres humanos”.

En entrevista con el autor de esta novela, éste aclara que la tituló inspirado en una conversación que tuvo con un campesino alteño sobre la cristera. A pregunta específica, respondió:

“Aah… usted dice cuando se acabaron las misas”.

De esta y otras afirmaciones, el autor dedujo que “para los testigos de esa tragedia el recuerdo más impactante fue la suspensión del culto”.

Cuando se acabaron las misas obedeció al propósito de desmitificar a uno de los líderes cristeros más relevantes en la contienda armada: Victoriano Ramírez «El Catorce», para ubicarlo en su justa dimensión, no como una leyenda mítica, sino “como un ser humano con fallas y aciertos”.

El novelista, al igual que las generaciones contemporáneas y subsiguientes a las peripecias de este personaje, escuchó que le adjudicaban historias inverosímiles: que “mató a catorce federales de un balazo… ganó dos batallas el mismo día, a la misma hora en lugares alejados uno de otro”.

“Años más tarde, al adentrarme en el estudio de la guerra cristera, encontré que los que trataban el tema lo ignoraban, a pesar de que fue el cristero más notable” en su momento, al que “los autores gobiernistas ignoraron por haber sido un fanático que se levantó en armas en contra del gobierno y, los católicos, porque fue un rebelde que antes de acatar órdenes de los mandos superiores, antepuso sus valores personales; siempre se rehusó a cobrar por la fuerza los impuestos de guerra que estableció el general Enrique Gorostieta en las zonas dominadas por los cristeros; desobedeció las órdenes de fusilar a los prisioneros y los dejaba en libertad con el argumento de ‘Yo no mato gente indefensa’», explica el autor.

«Su carácter anárquico y rebelde le costó la animadversión de los jefes cristeros, y acusado de traición (evidente falsedad), terminó asesinado por los sacerdotes que encabezaron la rebelión”.

Aunque la novela gira en torno a El Catorce, profundiza en aspectos que trascienden a dicho personaje: “es una guerra de buenos contra buenos». Los católicos que no se enteran de la manipulación que sobre ellos ejerce la jerarquía de su religión, luchan por su libertad religiosa y para que Cristo reine en todos los ámbitos, y los liberales (por supuesto, no malos), pregonan la libertad para todos los cultos, la separación no simulada y efectiva de la iglesia católica y el Estado, además de que el hombre se domine a sí mismo, “alejado de oscurantismos, dogmas absurdos y supercherías”.

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