JOSÉ M. Murià Y ANGÉLICA PEREGRINA
Raúl Padilla López tomó posesión un sábado por la tarde, con un discurso que anunciaba grandes transformaciones de forma y fondo. Para muchos, aquello eran solamente palabras formales que, como ya había sucedido, anunciaban cambios para que las cosas siguieran igual… o peor.
El suscrito sabía que no era cierto. De otro modo no hubiera estado allí. Hacía por lo menos un par de años que se había comprometido con Padilla después de una larga plática, muy larga, en su domicilio de la Ciudad de México. De hecho, la ilusión de lo que vendría fue una de las razones más importantes que lo llevaron a hacer maletas y regresar a Guadalajara.
No pasó mucho tiempo antes de que se marcara que las cosas no seguirían igual. El lunes 3 de abril, en la oficina del Rector, aún antes de que empezara a imponerse el orden para comenzar a trabajar, había un hervidero que se volvió sepulcral cuando irrumpió el presidente de la Federación de Estudiantes de Guadalajara, con su estela de comparsas con facha de ser poco estudiosos. No dejaba de resultar curioso que el líder estudiantil fuese de mayor edad que el Rector.
La altanería del líder, a quien no conocía personalmente, me impresionó sobremanera, y más aun cuando arrojó sobre el escritorio del flamante Rector una lista de quienes deberían ser los nuevos directores de escuelas y facultades. Todos nos quedamos viendo a Padilla quien, con la calma aparente de la que le hemos visto hacer gala muchas veces, recogió el papel y se lo devolvió con el mismo modal displicente, diciéndole que esas eran decisiones que se tendrían que resolver democráticamente. Llamó la atención que el Rector hiciera énfasis en la palabra, pronunciándola poco a poco, marcando las sílabas y con un tono de voz ligeramente más alto.
La lucha sobrevino y, como era de esperarse, en algunos momentos alcanzó una gran dureza. El Rector ganó a la postre y se abrió el camino para una depuración en todos los niveles, al tiempo de que se abrió la puerta para la consolidación de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), que resultó de una tesitura muy diferente que su antecesora. Por otra parte, comenzaron las reformas administrativas tendientes a potenciar en la Universidad el curriculum por encima de la fidelidad y la agresividad “política”.
El advenimiento y triunfo del “padillismo” sobre l’ancien règime, como se definió entonces, con buena o mala fe, por parte de algunos observadores destacados, dio pie a que una relativa hegemonía de los criterios académicos se generalizase en toda la Universidad. Pronto se empezarían a ver los resultados y la Máxima Casa de Estudio del Occidente mexicano, estimulada por el Festival de Cine y la Feria Internacional del Libro, creados por la misma mano durante la década anterior, empezó a dar mucho de qué hablar entre intelectuales y académicos de todo el país e incluso de fuera de él, aún entre los del más alto nivel.
La descentralización propiamente dicha
Los tapatíos resultamos ser contradictorios en lo que respecta a la centralización. Es cierto que ha habido épocas en que nuestra entidad ha resultado ser un verdadero ariete del federalismo mexicano y, cotidianamente, lamentamos de manera constante lo dañino que resulta ser el centralismo; sin embargo, dentro de los límites de Jalisco constituimos el vértice de un centralismo igual o peor que el prevaleciente en el contexto nacional.
En consecuencia, el esfuerzo de la Universidad de Guadalajara para que hubiera sedes de ella en las diferentes direcciones del estado, que ya llegó a dos décadas y media, tiene un mérito todavía mayor.
Recuérdese que, aún antes de su fundación, el 12 de octubre de 1925, algunas instituciones que se le anexaron ese día, como la Biblioteca Pública del Estado y la Escuela Preparatoria de Jalisco, por ejemplo, estaban concentradas en nuestra ciudad capital y, aparte de sus indiscutibles méritos, nunca dieron trazas de extender tentáculos a poblaciones de menor tamaño, en lo que hoy, mostrando una gran pobreza conceptual, hay quien denomina el “interior del estado”, como si Guadalajara estuviera en el exterior o fuera la única población situada en la orilla. Basta una simple ojeada al mapa de Jalisco para caer en la cuenta de que hay pocas poblaciones dentro del mismo que se encuentren “más adentro” que ella.
Así fue durante mucho tiempo: ni libros ni aulas de bachilleres salieron en busca de los lectores y de los alumnos que había en todas partes. Cabe señalar, comoquiera, que el espíritu de servicio y compromiso social de la Escuela Preparatoria de Jalisco fue el que dio lugar a las primeras presencias fuera del Valle de Atemajac.
También lo hicieron, hace ya más de cuatro décadas, algunas dependencias dedicadas a temas de carácter rural. Pero lo cierto es que quien quisiera estudiar debidamente, a pesar de que la Universidad era un baluarte de la educación prácticamente gratuita, necesitaba disponer de los recursos económicos para residir en Guadalajara o, al menos, los contactos necesarios para conseguir aquí una fuente de razonables ingresos.
Imposible resultaba, además, pensar en el desarrollo armónico de la entidad federativa si sus hijos más inquietos, curiosos y estudiosos tenían que emigrar para estudiar, dado el caso de que difícilmente regresarían al solar materno y, por lo mismo, se reintegraran a su vida cotidiana.
La centralización educativa, pues, constituía un refuerzo a la centralización general con resultados nocivos como la macrocefalia creciente. Jalisco se consolidaba como un gigante con pies de barro.
Por segunda vez tuve la ocasión de participar en una reunión en la que Padilla anunciaba una empresa que más bien parecía de orates. La primera había sido en el aeropuerto de la Ciudad de México casi una década antes cuando me compartió su deseo de hacer una Feria Internacional del Libro. Ahora mi respuesta fue la misma: “Estás loco pero me parece muy bien”. El gran proyecto de renovación, anunciado y emprendido cuando tomó posesión como rector, ahora se concentraba en la descentralización de la Universidad: abrir centros universitarios –campus, dirían los elegantes– en cinco lugares diferentes de Jalisco y agrupar y darles mayor fortaleza y prestancia administrativa a los estudios que se llevaban ya a cabo en el área metropolitana de Guadalajara.
Con el desarrollo de la Red no sólo pudieron quedarse en casa jóvenes de ambos sexos que querían seguir estudios superiores, sino que también se abrió la oportunidad a quienes ni siquiera se lo habían planteado ante la imposibilidad de sufragar el traslado a la capital de Jalisco o a cualquier otra ciudad que albergara centros de educación superior. Asimismo, de lo que se habló poco o casi nada al principio, dio pie a que salieran de Guadalajara y residieran en lugares más tranquilos y propicios para la reflexión y las relaciones humanas profesores con un curriculum más o menos cosmopolita deseosos de asentar sus reales en lugares más pequeños, independientemente de que las aulas se abrieron también a profesionistas reintegrados antaño a sus comunidades con el gusanito de compartir sus conocimientos y relacionarse con la juventud del lugar.
Dicho de otro modo, los diferentes centros universitarios, además de lograr el objetivo de evitar la emigración de jóvenes esforzados, que la mayoría de las veces era irreversible, dio lugar a la formación de verdaderos caldos de cultivo e intercambio de ideas tendientes a forjar una cultura local con apertura de miras, bases mucho más sólidas y recursos metodológicos más consistentes. Queremos decir que tales centros universitarios dieron pie no sólo a la capacitación de jóvenes sino también al enriquecimiento de adultos.
La sola presencia en la vida cotidiana de dichas comunidades en las que se estableció un centro de algunos de tales catedráticos, la organización de conferencias, mesas redondas, funciones de cine, de teatro, así como de bibliotecas y laboratorios, representaron un auténtico valor agregado para la mejor evolución de la sociedad, independientemente de que aparecieron técnicos de diferentes áreas que pudieron encontrar soluciones y aportar ideas para diferentes planes de desarrollo y hasta resolver problemas sin tener que recurrir a la capital del estado o de la República.
En suma, puede decirse que la dicha descentralización no sólo lo fue de las aulas sino también, en buena parte, de la inteligencia que gravita en la Universidad de Guadalajara. Bien puede asegurarse que cada uno de los núcleos de población en los que se estableció uno de tales centros universitarios puede hablar de un antes y de un después del día en que abrió sus puertas.
No deja de ser significativo que los primeros cinco centros regionales: Ciénega —Ocotlán—, Los Altos —en Tepatitlán—, Sur de Jalisco —Ciudad Guzmán—, Costa —Puerto Vallarta— y Costa sur —en Autlán—, hayan sido seguidos por Lagos, Norte, Valles y Tonalá, así como un novedoso Sistema de Universidad Virtual. Estamos seguros de que con el tiempo habrá más.
Con este proceso, la Universidad de Guadalajara, en contra del espíritu centralizador que contempla su nombre, ofrece su servicio a una vasta región del Occidente de México.
Vale subrayar para darle término a este ejercicio de revisión superficial sobre la llamada Red Universitaria, que el cambio previo a su establecimiento hace dos décadas, permitió que no sólo se llevara la docencia a todos los lugares donde se ha establecido, lo cual ya es muy importante, sino que además se han difundido también tanto los sujetos como los objetos de investigación, lo cual resulta un complemento sumamente útil para enriquecer la propia enseñanza y hacer que el alumno deje de ser solamente un sujeto pasivo y receptor de conocimientos, para incorporarse también a la reflexión y la adquisición de sentido analítico al estar cerca de quien, además de difundir lo que sabe, se preocupa él mismo por hurgar y adquirir saber de su propio entorno que nadie había descubierto antes.
Esta es, en esencia, la gran diferencia entre quienes desempeñan la labor de verdaderos universitarios y quienes se dedican a la educación superior con el fin de ganar dinero o de llevar agua al molino de su credo.
La Universidad abierta, libre y generadora de espíritu crítico y sabiduría es precisamente la que contribuye al desarrollo de la sociedad. Es la institución que le sirve verdaderamente a ésta y no la que se sirve de ella.