Vera Wilson

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El teatro siempre había estado en su vida, pero no fue sino hasta Sabor a Freud que el nombre de Vera Wilson se volvió frecuente en la cartelera teatral de nuestra ciudad. Una actriz de cara lavada y sonrisa fácil que ahora mismo tiene los escenarios ocupados con un monólogo íntimo sobre una joven en busca de rumbo en Estación Juárez, los miércoles de octubre en el Estudio Diana a las 20:30 horas, y con Desaire de elevadores, una peculiar reunión de insomnes, los viernes en el Teatro Experimental a la misma hora.

Viaje
Me encanta viajar. Cada año procuro hacer al menos un buen viaje, un viaje largo y si se puede, lejano. Todavía tengo muy presentes las emociones y el asombro de los primeros viajes, y esto me ayudó para el personaje de Estación Juárez. Aunque ella está deprimida. Sigue ensimismada en su viaje mental, sus dudas existenciales. Se va pero no se va; no tanto, no realmente. Y el que se vaya de todos modos no le va a resolver sus problemas, a ser lo que nunca ha sido. Esto es algo en lo que el público se identifica mucho, si no en el viaje en sí, al menos en el deseo: todos queremos a veces largarnos y dejar todo. Yo lo hago también. Especialmente cuando rompo con alguien. No podría decir que funciona, porque al final tienes que regresar y afrontarlo; pero sí ayuda a amortiguar el primer trancazo, aunque sea una ilusión.

Efímero
Recientemente hice un pequeño papel para cine. Es una buena experiencia y un buen trabajo, pero nunca dejaría el teatro. Es que no me gustan los cortes. Me gusta que en el teatro, con cada función vives el proceso completo. Me gusta saber que hay una persona ahí, entregándose; me gusta la experiencia cercana, ver a un actor desgarrándose, sudar, respirar. Al mismo tiempo, es algo triste, lo sé, porque es efímero y cuando se acaba, se acabó. Sobre todo para los que están en escena. Un dramaturgo tiene el texto y siempre se puede volver a leer, pero nosotros sólo tenemos el presente, para nosotros sólo existe ese universo que nace y muere en un momento y que sólo puedes conocer si estuviste ahí y lo viviste. No dejas más huella que la que queda en la gente, los espectadores.

Martillar
Para mí esto del teatro fue llegando de manera muy natural. Nunca deseé fervientemente presentarme en un gran foro o ser parte del cerrado círculo de gente que hace teatro en Guadalajara. Fue saliendo un proyecto y de ése otro y así, de repente, ya estaba de tiempo completo en esto. Así que no me sedujo nunca la idea del glamour, ni soy una diva, ni hago esto como un escalón para algo más. Pero debo confesar que… bueno, aquí todos hacemos de todo y con gusto coopero, pero esa parte de la producción y armar tarimas y escenografías y martillar… pues, me da flojera.

Circo
Curiosamente, la misma amiga que a los nueve años me metió al teatro al invitarme a actuar en una obra infantil, cuando nos encontramos mucho tiempo después me contó que se había casado con el mago y me invitó a ir con ellos en el circo. Me lo pensé una semana, durante otra semana arreglé todo y me fui cinco meses a recorrer hasta el pueblo más rascuache del norte del país. Yo era la ayudante del mago, y sí: me aprendí varios de sus trucos.

Sufrir
En la vida todo se me resbala y se me pasa, pero en las obras me obsesiono y sufro muchísimo. Me encanta, pero me hace sufrir, de veras. Sobre todo antes de un estreno, como ahora, que leo el texto constantemente, por lo menos cada tres días. Y yo sé que el teatro también es relajarse, fluir, soltarse. Estoy tratando de aprender eso.

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