Fotos: Abraham Aréchiga

El pasado

Mi papá me guiaba mientras intentábamos cruzar la Calzada Independencia.

«Aquí venden los mejores raspados, ahorita vas a ver».

Tal vez tenía seis o siete años, no lo puedo decir con certeza, sólo tengo en la cabeza que mi raspado favorito siempre ha sido el de tamarindo y que lo primero que vi al llegar al Parque Morelos fue una de sus enormes y profundas fuentes, lugar donde una mujer (aparentemente en situación de calle) lavaba su cuerpo, desnudo.

Recuerdo el agua cayendo por su vientre, recuerdo el calor, recuerdo preguntarle a mi papá por qué una señora se bañaba en la fuente.

«No tiene donde más hacerlo y por eso lo hace aquí, además, está duro el sol», respondió.

“El Parque Morelos, conocido antiguamente como la Alameda tapatía, estaba conformada por un islote lleno de árboles al lado del río de San Juan de Dios, cuerpo de agua que sería sustituido por el concreto de la Calzada Independencia. Fue en sus inicios un espacio verde para que los tapatíos pasearan, lucieran sus mejores galas, jugaran boliche o billar y se refrescaran con una nieve o un agua fresca. Su actual fisonomía, creación de Rafael Urzúa a mediados de los 60, conserva su anhelo de ser un oasis natural en medio del trajín típico del centro de una metrópoli moderna.”*

El presente

Árboles cuyas hojas proyectan su sombra sobre el gris y aburrido concreto cubren el lado de la calle San Diego y el Parque Morelos. En esta esquina existen menos puestos de raspados y los que han sobrevivido al paso del tiempo tienen fachadas antiguas, que me recuerdan programas gringos sesenteros.

«Tu abuela siempre me traía de chiquita a ver las muñequitas de cartón, pero nunca me gustó su olor, huelen como a baba», menciona mi mamá mientras recorremos la Feria del Cartón.

Cuando intento oler dichas muñecas, solo llega a mí el olor de las gorditas y el cempasúchil, respiro otra vez y el olor a nata es inevitable. Sonrío al ver como mi mamá arruga la nariz para evitar oler las muñequitas, sujeto su mano y pienso que conmemorar la muerte es nunca perder la vida.

“Después de pasar años en semi abandono, el Parque Morelos ha recuperado su esplendor y sus frondosos árboles te dan la bienvenida para que tengas un momento de descanso, pases un domingo familiar o asistas a sus coloridas y tradicionales ferias del Día de Muertos y navideña, llenas de productos típicos de estas fechas.”*

 ¿El futuro?

Susana, mi mejor amiga, me acompaña en alguno de mis muchos viajes en el Macrobús, ambas recorremos desde el norte hacía el sur, más de 40 minutos de paseo en línea recta.

Sin embargo, algo que visualizamos a lo lejos detiene nuestra conversación, un letrero enorme que anuncia lo que, debido a la fama que tiene el Parque Morelos de ser inseguro, sucio, punto para la prostitución y las drogas, nunca pensamos llegaríamos a ver: “PREVENTA DE DEPARTAMENTOS FRENTE AL PARQUE MORELOS DESDE $ 2,465,00, PENSADO EN EL ESTILO DE VIDA DE LOS NÓMADAS DIGITALES”.

Seguimos sin creerlo, pero el letrero aparece cada vez más y más grande, nos miramos con una sincronización perfecta y todavía con un tono de incredulidad nos decimos una a la otra: ¡quieren gentrificar el Morelos!

“Sobre un pedestal de mármol y cantera, a unos pasos de la Calzada Independencia, la escultura ecuestre de José María Morelos que, realizó Miguel Miramontes en 1967, resguarda un parque fundamental del centro de Guadalajara, el cual merece recuperar la dignidad y belleza de sus primeros días sin dejar de lado un reto global: la sustentabilidad. Así, cada metro cuadrado de pasto o madera triturada y cada árbol que se coloque en el Morelos, tendrá un objetivo no solo estético, sino también medioambiental.”*

Fin del recorrido

Ya sea por sus refrescantes raspados, la dualidad entre el descanso y el tránsito, la sombra de los árboles o las festividades celebradas en su interior, el Parque Morelos se ha convertido, con el paso de los años, en un referente tapatío excepcional.

A pesar de los índices de delincuencia que han convertido a este parque en un “punto rojo” dentro del corazón del centro de la ciudad, día con día estudiantes, parejas, mujeres que practican zumba, limpiadores de zapatos, citadinos, consumidores de raspados, paseantes ocasionales, vendedores ambulantes, niños y niñas, paramédicos de la Cruz Roja y personas en situación de calle conviven y disfrutan de las 4.7 hectáreas que lo conforman.

*Datos históricos, culturales y de fauna y flora fueron obtenidos de la Agencia de Bosques Urbanos del Área Metropolitana de Guadalajara.

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