Yo no estaba de acuerdo con el mundo
y el mundo no estaba de acuerdo conmigo.
Charles Bukowski
Si atendemos el orden cronológico en que fueron escritos y publicados los libros de Charles Bukowski, podríamos establecer cómo fue el tránsito social de este autor. De ser una persona y un escritor que vivía en la pobreza, entre seres marginales de la ciudad de Los Ángeles, se convirtió en una persona y en un escritor beneficiado con los estipendios que le otorgaban sus obras en el extranjero, así como en un autor cuya fama y prestigio fue ganándose dentro y fuera de su país. Sin él haberlo pretendido, quizás, en sus años de fama y dinero se convirtió en parte de una cultura dominante.
Habrá quienes, tal vez, perciban el espíritu dionisiaco en la literatura de Bukowski, o también habrá quienes lo quieran asimilar al pensamiento de los llamados filósofos cínicos. De mi parte, prefiero decir que las obras de este autor no presentan líneas específicas que hagan posible establecer relaciones con alguna corriente filosófica o con algunos filósofos en particular. Si en él, como persona, hubo una filosofía, tal vez fue su renuncia a pensar y a expresarse —en sus escritos— mediante órdenes complejos de exposición intelectual. Como lo apunta en su novela Hollywood, cuando en una entrevista la periodista italiana le hace al personaje protagónico, Hank Chinaski, la siguiente pregunta: “¿Cuál es su filosofía de vida?”; y él responde: “Pensar lo menos posible”. O también está la afirmación que ofrece Hank Chinaski, en otra parte de la novela: “Cuanta menos gente veía, mejor me sentía. Yo sólo conocí a otro hombre, una vez, que compartía mi filosofía: Sam el Hombre de la Casa de Putas. Vivía en el patio de atrás de mi casa en el este de Hollywood, y estaba todo el día con anfetas”.
En su novela Hollywood, Hank Chinaski aparece completamente alejado de aquel vagabundo que fue durante varios años; ya no es el borracho miserable que terminaba tirado en callejones de mala muerte, herido y con una resaca imposible de curar inmediatamente; en esta novela, es un escritor que bebe vinos caros, junto a una mujer que lo cuida y lo acompaña todo el tiempo.
En Escritos de un viejo indecente, aparece el siguiente aforismo: “La diferencia entre Arte y Vida es que el Arte es más soportable”. Me parece que, con esta idea, Bukowski nos está sugiriendo que vivir es padecer todo lo que en el cuerpo se experimenta, sin mediaciones, y por esto mismo muy difícil de soportar la vida. En el arte, en cambio, las mediaciones son varias y distintas, principalmente las que tienen que ver con el lenguaje y con el pensamiento —nutrientes poderosos de la cultura y de la civilización—, y que hacen que el arte acabe siendo, efectivamente en el cuerpo humano, mucho más soportable que lo que acontece en la vida. En lenguaje analógico, podría afirmarse que la vida es a lo crudo lo que el arte a lo cocido.
La vida de Hank Chinaski, o sea, de Charles Bukowski fue, desde su infancia, la vida de un cuerpo maltratado y violentado, sobre todo por el padre, pero también por la madre. Hay una imagen narrativa que Bukowski expresa, con algunas variantes, en varios textos, y que aparece en su novela La senda del perdedor:
Sólo estaba mi padre y la badana de afilar, el baño y yo […] Entonces me pegó el primer golpe. El sonido de la badana era plano y fuerte, el sonido era casi tan malo como el dolor del golpe. La badana cayó otra vez. Era como si mi padre fuera una máquina golpeando con aquella badana. Tenía el sentimiento de estar en una tumba. La badana cayó otra vez y yo pensé que aquella seguramente sería la última. Pero no lo era. Cayó otra vez. Yo no le odiaba. Simplemente, no podía creérmelo, quería librarme de él. No podía llorar. Me sentía demasiado mal para llorar, demasiado confundido.
Esta violencia del padre en contra de Chinaski-Bukowski fue muy frecuente, desde que era un niño, y casi siempre ocurrió teniendo a la madre como testigo; además, sin que ella se opusiera a todas esas palizas y, mucho menos, sin intentar siquiera mostrarse protectora y cariñosa para con su hijo. Toda esta violencia se mantuvo habitualmente hasta que Chinaski-Bukowski cumplió lo diecisiete años de edad. Edad en la que el whisky y la escritura habían comenzado a ser parte de su insoportable vida.