Whitman

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Viejo y totalitario. Todo en él. Él en todo. Escribió un libro, Hojas de hierba, como se cuida un árbol: con paciencia, podando y mirándolo crecer. Antes, su familia le abrevió su nombre para no confundirlo con el de su padre, Walter. Nació el 13 de mayo de 1819 en West Hill, Long Island, cerca de Brooklyn. Sólo cursó estudios elementales y se dedicó a los más diversos oficios, entre ellos el de tipógrafo. Autodidacta, leyó con frenesí a los clásicos griegos, Shakespeare, la Biblia, Cervantes…

Desde muy joven, Walt Whitman se dedicó al periodismo. De un periódico fue despedido por sus claras posiciones antiesclavistas y por otras razones, de otros. El 5 de marzo de 1842 reporteó para la revista Aurora la conferencia “El poeta” de Emerson.  Ahí el expositor señaló que “…estaba esperando la llegada del poeta-profeta del nuevo país, el hacedor que inspirado por el Alma Divina genere una poética americana y sólo americana”, resume Agustín Fernández Mallo. Conmovido por Emerson, años después, en 1855, Whitman publica con sus ahorros Hojas de hierba. Este libro y sus posteriores ediciones fueron motivo para adosarle declaraciones difamatorias; el puritanismo exaltado. Y ya en vuelo, hincaron su púdica pluma sobre los poemas que hablan de “los goces de la noche” como los definió posteriormente Eduardo Galeano. La vox populi de aquellos años hizo tanto proclama que sólo se vendió, de la primera edición, un ejemplar.

Emerson le envía a Whitman una carta elogiosa sobre su libro, donde le dice: “No me ciego ante el valor del maravilloso regalo que es Hojas de hierba. Creo que es una de las piezas más extraordinarias de humor y sabiduría con las que América ha contribuido. Me siento muy feliz al leerla, como cuando el gran poder nos hace felices”. Éste, sediento de buenos comentarios (los únicos favorables habían sido los que escribió él bajo pseudónimo), la incluye en la siguiente edición. El curso de la crítica cambia. Emerson explica que la carta fue enviada sin pensar en su publicación. Estas segundas palabras ya no importaron. El libro tenía vida propia.

José Martí y Rubén Darío lo colmaron de elogios. El primero escribió un largo texto para ensalzarlo: “El poeta Walt Whitman”; resultado de su asistencia, en el mes de abril de 1887, a una conferencia de Whitman en el Madison de Nueva York. Una publicación del texto se hizo en México, en mayo, un mes después. Allí sostiene: “La verdad es que su poesía, aunque al principio causa asombro, deja en el alma, atormentada por el empequeñecimiento universal, una sensación deleitosa de convalescencia (sic)”. Darío escribió un poema titulado “Walt Whitman”, incluido en Azul (1888) en donde versifica: “En su país de hierro vive el gran viejo,/ bello como un patriarca, sereno y santo./ Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo/ algo que impera y vence con noble encanto”.

Poeta de la democracia se le califica a Whitman. “¡Democracia! Junto a ti una garganta se hincha y canta alegremente”. Sin embargo su prosa sostiene un sesgo distinto. Un ejemplo. Escribe José Emilio Pacheco en Proceso (18 de septiembre de 1982): “Veamos nada más algunas líneas que Whitman escribió en el Brooklyn Eagle de 1846 a 1847: ‘Sí: México debe ser castigado sin consideraciones aunque México es despreciable en muchos sentidos se merece una lección vigorosa. Dejemos que nuestras armas se lleven con un espíritu que muestre al mundo que, aunque no buscamos pleito, América sabe tan bien aplastar cuanto expandirse”’. Mientras que en Hojas de hierba se lee una poesía en donde el trato es igualitario, en su prosa apoya el expansionismo; en el ejemplo anterior, a costa de México.

Es de pensar que los artículos de Whitman eran conocidos fuera de los Estados Unidos; también es de serlo si Martí y Darío los conocían. El sitio de la divulgación del artículo de Martí (citado en el párrafo anterior) parece demostrarlo (es bueno aclarar que entre ambas publicaciones —la de Whitman y Martí—, existe al menos una diferencia de cuarenta años).

“Quiso decir” es la frase utilizada por los que defienden la prosa de Whitman. Otros dicen que democracia tiene su significado y Whitman dice lo que dice. A estas alturas de la historia, lo mejor del viejo bardo es Hojas de hierba, el libro de vanguardia que reformó la forma de poetizar bajo la influencia bíblica: el versículo.

“Walt Whitman habla en versículos —escribe José Martí—, sin música aparente, aunque a poco de oírla se percibe que aquello suena como el casco de la tierra, vienen por él, descalzos y gloriosos, los ejércitos triunfantes”.

Hojas de hierba tiene el derecho de ser leído también por separado, como si hubiera sido escrito por “el otro” Whitman: el que sueña con la justicia, la igualdad, en un paraíso que todavía está por construir.

Totalitario se calificó a Whitman al inicio. En Hojas de hierba está presente todo. Como si la forma también fuera democrática. Su inicio fue de doce poemas y terminó con un inmenso libro. Octavio Paz opinó al respecto: “Como a casi todos los hispanoamericanos, Whitman me deslumbró, me entusiasmó y me cansó. El océano es grandioso; también es monótono. El océano dice siempre las mismas palabras mientras que los ríos, más modestos y secretos, nos cuentan, cada uno, una historia distinta. Venero al océano pero converso con ríos…”.

Borges, uno de sus traductores, escribe el poema “Cadmen, 1892”, título que indica el lugar y año de la muerte de Whitman. Lo imagina en sus últimos días y ahí le hace decir: “Casi no soy yo, pero mis versos ritman/ la vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman”.

El “Adán de la poesía norteamericana”, según las palabras de Villaurrutia, muere el 26 de marzo de 1892, en Cadmen, Nueva Jersey. Su libro es conocido en Inglaterra y en Europa. Muere acompañado de su esposa fiel: la pobreza. Sin embargo, cuentan las crónicas, también por cientos de personas y muchas flores. Se recuerdan sus versos: “Adiós, hermanos míos,/ adiós, oh tierra y cielo; adiós, aguas cercanas/ se ha acabado mi vida, ha llegado mi fin”.

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